domingo, 9 de agosto de 2009

ó

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de eso tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
De mi cuarto de uno de los millones del mundo
que nadie sabe quien es
(Y si supieran quién es, ¿Qué sabrían?)
Dais hacia el misterio de una calle cruzada
constantemente por gente.
Hacia una calle inaccesible a todos los
Pensamientos,
Real, imposiblemente real, cierta,
desconocidamente cierta,
Con el misterio de las cosas debajo de las piedras
y de los seres.
Con la muerte poniendo humedad en las paredes
y cabellos blancos en los hombres,
Con el destino conduciendo la carroza de todo
por el camino de nada.

Estoy vencido hoy, como si supiese la verdad.
Estoy lúcido hoy, como si estuviese por morir,
Y no tuviera mas hermandad con las cosas
Que una despedida, volviéndose esta casa y este
lado de la calle
La hilera de carruajes de un convoy, y un silbato
de partida
Dentro de mi cabeza,
Y una sacudida de mis nervios y un crujir de
huesos al salir.

Fracasé en todo.
Como no hice ningún propósito, tal vez todo
fuese nada.
La enseñanza que me dieron,
Descendí de ella por la ventana de detrás de la
casa.
Fui hasta el campo con grandes propósitos.
Pero allí encontré sólo hierbas y árboles,
Y cuando había gente era igual a la otra.
Salgo de la ventana, me siento en una silla. ¿En
qué he de pensar?

¿Qué sé yo lo que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? ¡Pero pienso ser tantas cosas!
¿Genio? En este momento
Cien mil cerebros se conciben en sueño genios
como yo,
Y la historia no señalará, ¿quién sabe?, ni uno,
Ni habrá sino estiércol de tantas conquistas
futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos pensativos
con tantas certezas!
¿Yo, que no tengo ninguna certeza, soy más
cierto o menos cierto?
No, ni en mí...
¿En cuántas bohardillas y no-bohardillas del
mundo
No hay a esta hora genios-para-sí-mismos
soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas,
Sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas,
Y hasta realizables,
Nunca verán la luz del sol real ni hallaran oídos
de gente?
El mundo es para quien nace para conquistarlo
Y no para quien sueña que puede conquistarlo,
aunque tenga razón.
He soñado más que Napoleón.
He apretado a un pecho hipotético más
humanidades que Cristo.
He hecho filosofías en secreto que ningún Kant
escribió.
Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la
bohardilla,
Aunque no viva en ella;
Seré siempre el que no nació para eso;
Seré siempre sólo el que tenía cualidades;
Seré siempre el que esperó que le abriesen la
puerta al pie de una pared sin puerta,
Y cantó la canción del Infinito en un gallinero,
Y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derramemé la Naturaleza sobre la cabeza ardiente
Su sol, su lluvia, el viento que me busca el cabello,
Y el resto que venga si viniere, o tuviera que
venir, o que no venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
Conquistamos todo el mundo antes de levantarnos
de la cama;
Pero lo miramos y es opaco,
Nos levantamos y es ajeno,
Salimos de casa y es la tierra entera,
Más el sistema solar y la Vía Láctea y lo
Indefinido.
(Come chocolates, pequeña;
¡Come chocolates!
Mira que no hay más metafísica en el mundo que
los chocolates.
Mira que las religiones todas no enseñan más que
la confitería.
¡Come, pequeña sucia, come!
¡Pudiese comer chocolates con la misma verdad
con que tú los comes!
Pero yo pienso y, al tirar el papel de plata, que
es hoja de estaño,
Echo todo al suelo, como he echado la vida.)

Pero al menos queda la amargura de lo que nunca
seré
La caligrafía rápida de estos versos,
Pórtico partido para lo Imposible.
Pero al menos me consagro a mí mismo un
desprecio sin lágrimas,
Noble al menos en el ademán ancho con que
arrojo
La ropa sucia que soy, sin orden, para el decurso
de las cosas,
Y me quedo en casa sin camisa.
(Tú que consuelas, que no existes y por eso
consuelas,
Diosa griega, concebida como estatua que fuese
viva
Patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
Princesa de trovadores, gentilísima y colorida,
Marquesa del siglo dieciocho, escoltada y distante,
Cocotte célebre del tiempo de nuestros padres,
No sé qué moderno —no concibo bien qué—,
Todo eso, sea lo que fuera, que seas, ¡si puede
inspirar qué inspire!
Mi corazón es un balde vaciado.
Como los que invocan espíritus me invoco
A mí mismo y no encuentro nada.
Llego a la ventana y veo la calle con una nitidez
absoluta.
Veo las tiendas, veo los paseos, veo los carros que
pasan.
Veo los entes vivos vestidos que se cruzan,
Veo los perros que también existen,
Y todo esto me pesa como un condena a la
deportación,
Y todo esto es extraño, como todo.)

Viví, estudié, amé y hasta creí,
Y hoy no hay mendigo al que no envidie sólo
por no ser yo.
Le miro a cada uno los andrajos y las llagas y
la mentira,
Y pienso: tal vez nunca vivieses ni estudiases ni
amases ni creyeses
(Porque es posible hacer la realidad de todo eso
sin hacer nada de eso);
Tal vez hayas existido apenas, como un lagarto a
quien cortan la cola
Y que es cola para acá del lagarto revolviéndose.
Hice de mí lo que no supe,
Y lo que podía hacer de mí no lo hice.
El disfraz que vestí era equivocado.
Me tomaron luego por quien no era y no
desmentí, y me perdí.
Cuando quise quitarme la máscara,
Estaba pegada a la cara.
Cuando la tiré y me ví en el espejo,
Ya había envejecido.
Estaba ebrio, y no sabía vestir el disfraz que no
había tirado.
Acosté fuera a la mascara y dormí en el
guardarropas
Como un perro tolerado por la gerencia
Por ser inofensivo
Y voy a escribir esta historia para probar que soy
sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
Quién me diera encontrarte como algo que yo
hiciese,
Y no quedase siempre enfrente de la Tabaquería
de enfrente,
Calcando a los pies la conciencia de estar
existiendo,
Como un tapete en que un ebrio tropieza
O una espuerta que los gitanos robaron y no
valía nada.

Pero el Dueño de la Tabaquería llegó a la puerta
y se quedó en la puerta.
Lo miro con la incomodidad de la cabeza mal
doblada
Y con la incomodidad del alma mal entendiendo.
Él morirá y yo moriré.
Él dejará el letrero, y yo dejaré versos.
A cierta altura morirá el letrero también, y los
los versos también.
Después de cierta altura morirá la calle donde
estuvo el letrero,
Y la lengua en que fueron escritos los versos.
Morirá después el planeta girante en que todo esto
se dio.
En otros satélites de otros sistemas cualquier cosa
como gente
Continuará haciendo cosas como versos y
viviendo debajo de cosas como letreros,
Siempre una cosa enfrente de la otra,
Siempre una cosa tan inútil como la otra.
Siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
Siempre el misterio del fondo tan cierto como el
sueño de misterio de la superficie,
Siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni
otra.

Pero un hombre entró en la Tabaquería (¿para
comprar tabaco?),
Y la realidad plausible cae de repente sobre mí.
Me yergo a medias enérgico, convencido,
humano,
Y voy a intentar escribir estos versos en los que digo
lo contrario.
Enciendo un cigarro al pensar en escribirlos
Y saboreo en el cigarro la liberación de todos los
pensamientos.
Sigo el humo como una ruta propia,
Y gozo, en un momento sensitivo y competente,
La liberación de todas las especulaciones
Y la conciencia de que la metafísica es una
consecuencia de estar indispuesto.
Después me echo para atrás en la silla
Y continúo fumando.
Mientras el Destino me lo conceda, continuaré.
Fumando.

(Si me casase con la hija de mi lavandera
Tal vez fuese feliz.)
Visto esto, me levanto de la silla. Voy a la
ventana.

El hombre salió de la Tabaquería (¿metiendo el
cambio en el bolsillo de los pantalones?).
Ah, lo conozco: es Esteves sin metafísica.
(El Dueño de la Tabaquería llegó a la puerta.)
Como por un instinto divino, Esteves se volvió y
me vio.
Me dijo adiós, le grité ¡Adiós, Esteves!, y el
universo
Se reconstruyó sin ideal ni esperanza, y el Dueño
de la Tabaquería sonrió
.

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